9 may 2010

La desconexión

Termino de leer el fabuloso libro de Zygmunt Bauman, "Tiempos líquidos", y quedo maravillado por algunas de las frases que nos deja. Sin ir más lejos, el libro empieza con una introducción titulada "Con coraje hacia el foco de las incertidumbres". Me doy cuenta de la precisión de sus palabras: coraje, foco, incertidumbre. Vivimos en una sociedad con sobredosis de incertidumbre, derroche de energía sin un foco claro, y preocupante falta de coraje para emprender las acciones que se demandan. Observo a mi alrededor para encontrar la calma necesaria, y efectivamente siento mi propia presencia y la de mi pareja en una burbuja, ya que no alcanzo a comprender demasiado más allá de lo puramente próximo: nuestra mesa, cama, el PC, los libros de la biblioteca, el colmado casero y la sugerente terraza cuyo ambiente es amenizado por el susurro de los pájaros al atardecer. Trato de extraerme de esta inmediatez. Veamos con qué resultado. Pienso en un país no muy lejano cosido con piel y sangre de toro, en el que mi ciudadanía encuentra acomodo jurídico. Pienso en ese país, y recuerdo la imagen de su Presidente y su Jefe de la oposición, que hablan, pero no conversan, se saludan y sonríen, pero no sienten, gastan el tiempo, pero no lo invierten. Hacen pero no se comprometen, de forma que se intuye que podrán deshacer a su antojo cuando les convenga. Esa falta de entendimiento, de coraje, de búsqueda del consenso, me genera desasosiego. Pienso todavía en ese país, el de la piel de toro, esta vez en su sangre, en esa sangre que desgarró sus esperanzas ilustradoras hace setenta años. Pienso en un juez que trató de dignificar la memoria y el recuerdo. Más que eso, quiso restablecer y quizás rememorar. Y al pensar recuerdo como una célula neofascista logró dar un vuelco a la justicia, enarbolar la bandera del olvido e inyectar líquido hipnotizante a una mayoría silenciosa de ese país antes desgarrado y ahora democrático. Ese país que quizás fue predemocrático y despues postdemocrático, pero que se saltó, nunca mejor dicho, "a la torera", la simple y llana democracia. Y sigo pensando, ahora en los bordes de la piel de toro. En los bordes que están "a tocar" de Europa, los bordes que miran al norte y al mar. Bordes que miran mar adentro, o miran allende Pirineos. Bordes dinámicos, cambiantes, poco dados al histrionismo, pero que siguen estirando toda la piel. Que la siguen estirando hacia Europa. Pienso en ese rincón de piel y recuerdo cómo pierde brillo, sin rumbo ni ley. Sin ley por la falta de coraje de unos miembros de un tribunal que quieren pasar a la no-historia. Nunca pasarían a la historia porque ni la embellecen ni la dramatizan, sino que la someten al paréntesis. Por su incompetencia, su insolidaridad, su desprecio hacia las leyes refrendedas por la ciudadanía y por dos parlamentos. Y sigo pensando y además sintiendo las pulsiones centrípetas del sistema sanguíneo de la que otrora fuera nuestra piel. Un sistema que corre el riesgo de ahogarse al haber obturado el desarrollo del corredor mediterráneo, ese ancho pasillo que airea toda la piel, que le da brillo y vigor. Y así llego a un punto en el que despierto del desasosiego, porque he logrado desconectar. Tal y como lo haría y lo hace una compañía eléctrica que fue monopolio y que como empresa privada sigue abusando, o como lo haría una línea aérea que fue monopolio y que como empresa privada decidió desconectarse de una parte del país, o tal y como lo haría una parte de la prensa y la intelectualidad que decidió desconectar de la pluralidad cultural. Y que decidió recorrer como recorre hoy el peligroso limbo de la postdemocracia, aznariana en contenido, dulce en la forma. He logrado desconectar porque ya no me rebelo ante esa pulsión centrípeta, ni ante los diferentes déficits democráticos de tal o cual país. La desconexión es mucho más. Es tambien conexión con una nueva realidad, en la que el mundo ofrece infinitas posibilidades y nuevas conexiones. En las que una parte de la piel puede navegar por su cuenta y conectarse a otras, dependiendo de su propia voluntad y coraje. La desconexión es más profunda que la rebeldía, que el enfado, que la rabia. Siento que millones de catalanes hemos desconectado de una realidad, quizás hoy ya ex-realidad, aquella que abrazó Espriu y que Aznar quiso refundar y engrandecer con tanto empeño como ridículo, y que Zapatero quiso armonizar, aunque ambos presos de la utopía. Quizás seamos presos de otra utopía, pero al menos sentimos que es nuestra propia piel.