29 jul 2010

Lo que debemos exigir a los políticos (y a nosotros mismos)

Joe Keohane es uno de los más reputados periodistas de EE.UU. Escribe principalmente para Boston Globe y The New York Times (como sabéis, mi diario preferido). Recientemente escribió un fabuloso reportaje sobre una de las principales amenazas de la democracia: la manipulación de la información. El reportaje, basado en un informe elaborado por investigadores de la Michigan University, explica como las personas nos dejamos influir por nuestras ideas preconcebidas, y hasta qué punto somos inflexibles para no permitir que nuevos datos determinantes modifiquen nuestra posición inicial. Nos cuesta admitir que estábamos equivocados y ponemos en marcha todos los mecanismos de defensa necesarios para proteger nuestras ideas preconcebidas, temerosos de los costes de identidad que conllevaría cualquier cambio. El informe también pone énfasis en como elegimos hechos y datos que confirmen nuestras creencias, y no al revés. Es decir, confirma que partimos de posiciones preestablecidas. Y algo muy revelador, aquellas personas que se muestran más seguras y confiadas sobre sus posturas acerca de un tema de debate, son también las que menos informadas están. Naturalmente, estas conclusiones científicas representan algunas amenazas sobre como funciona la democracia. Rescata la idea de que los grandes partidos políticos deben asegurarse el voto de sus "fans", antes que tratar de convencer a los votantes de otro partido. Por lo tanto, este sistema crea modelos clientelares y posturas inamovibles y radicalizadas, con actitudes que son incapaces de aceptar los matices y modificar opiniones. Es también un caldo de cultivo para las demagogias, ya que normalmente las personas que se sienten inseguras (por ejemplo, en un entorno económico incierto, o en un momento de redefinición de una identidad nacional), son las más susceptibles a apegarse a creencias sencillas con ideas inamovibles ("los inmigrantes son malos", que es un "statement" que sería válido para combatir las dos incertidumbres mencionadas como ejemplo). Hace pocas semanas, en New York, mi pareja y yo compartimos un café con Chris Lowney, ex jesuita y ex banquero de inversión (JP Morgan), hoy emprendedor social y escritor. La teoría de Chris Lowney es que la actual crisis no ha sido una crisis financiera, sino una crisis en los modelos de toma de decisiones, centrados sólo en los objetivos e incapaces de cuestionar los procedimientos, olvidando la dimensión humana y de responsabilidad que toda decisión debe incorporar. La intuición de Chris Lowney es clara: nos comportamos como borregos, tanto a nivel cotidiano como empresarialmente, o en la política, y por lo tanto, los directivos, o los políticos, tienden a reproducir lo que han visto que funciona, sin activar los mecanismos de filtro para evaluar bajo un prisma más amplio qué es lo que estamos haciendo exactamente y hacia dónde vamos. Una vez más, parece como si el pensamiento crítico tuviese costes disuasorios y que la superficialidad fuese la "marca blanca" de nuestros tiempos. Ante estas consideraciones, se me ocurren varias peticiones a los políticos, en un momento de debates apasionados que desafortunadamente no lograrán modificar las posiciones iniciales. En primer lugar, apelar a su responsabilidad, ni más ni menos de la que tienen. Son representantes de los intereses del conjunto de la población. Como tales, les pido que busquen los territorios de consenso, para dibujar una sociedad que avanza con la solidez de la mayoría. Gobernar dando golpes de timón hacia una minoría o hacia otra es hipersegmentar la política, convirtiendo el Parlamento en un twitter presencial. En segundo lugar, incidir en la profundidad de las cuestiones que se plantean. La superficialidad se da por sentada. "No hay tiempo" para profundizar. Pero su mandato es precisamente el de des-banalizar aquello que es rápidamente etiquetado de una forma u otra en el bar de la esquina. La respuesta del Tribunal Constitucional respecto al concepto de nación catalana o la posición del Parlament de Catalunya respecto a los toros, son ejemplos de hiperbanalización de aquello que requiere miradas más profundas. En tercer lugar, comprender su misión, por encima de los intereses personales o partidistas. Hay una misión que todos los políticos deberían compartir, que es la de mejorar el mundo, trabajando para una sociedad más humana y más justa. El político que trabaja sin misión o que confunde a ésta con sus intereses partidistas (tácticos), se convierte en un competidor por el poder y supedita su pensamiento propio y único a sus instintos y su egoísmo. Como dice Salvador Espriu en mi poema preferido (el #24 de la Pell de Brau), lo que un político debe superar o trascender, por este orden, es: "l'or" (el dinero vía corruptela), "la son" (la pereza de tratar temas peliagudos), "el nom" (el exceso de protagonismo), "la inflor buida dels mots" (las palabras vacías), y "la vergonya del ventre i dels honors" (el festejo abusivo). En definitiva, debemos exigir a los políticos que actúen con responsabilidad, con consciencia de su misión, con pensamiento crítico y profundidad, y todo ello, con una gran dosis de calidad humana. El político no es un Superman, y por lo tanto, sus errores forman parte también de su aprendizaje, pero sus actuaciones deben desprender destellos que vayan en la dirección apuntada. No en vano, el político, como servidor del espacio público, a través de estos destellos, debe procurar dar ejemplo. Hoy, carecemos de estos destellos, que volverán, pero sólo cuando cada uno de nosotros, a su manera, trate también de dar ejemplo en el día a día.

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